Se refugió en un rincón de aquel caserón inmenso. Sabía que
allí pronto sería encontrada por alguna de las personas que vivían con ella,
que incluso ahora, después de haber vivido casi un año con ellas, le resultaban
extrañas.
Escuchaba desde abajo, el bullicio de 40 mujeres,
seguramente hablando de temas poco profundos, todas a la vez, y la música que
consideraba atrofiante para el cerebro, que retumbaba en las paredes de toda la
residencia.
Le había reprochado mil veces a su madre, que no quería
vivir allí, pero aun así, había acabado encerrada en aquella casa. Por lo menos,
a su juzgar, las ventanas del piso superior, y aquella hermosa terraza donde
brillaba el sol y se tenían hermosas vistas de la ciudad, eran los rayos de luz
en la asfixiante oscuridad.
Siempre había sentido como que alguien o algo hubiera muerto
allí adentro. Hoy lo sabía. Eran sus pasiones. Las últimas palabras que había
dicho, o quizá gritado, seguían girando en su cabeza. Las agresiones que le
había dicho a su mejor amigo, sin motivo. Y aquel “Chau” que seguía haciendo
eco.
Era él. Ese que la había liberado, que le había enseñado a
vivir, aquel a quien había amado en tan poco tiempo. Quien la había hecho
olvidar de las agobiantes pretensiones de su madre. Aquel que la sociedad
tildaba de hippie. Que no le
importaba como llevaba su ropa y que prefería un bar con amigos a una cena de
sociedad.
No era el tipo de hombre que su madre hubiera elegido para la nena. Pero él, con su matera al
hombro, los rulos despeinados, el morral, clásico, y las bandas de metal que le
gustaba oír, la fascinaban. Ella jamás se había sentido así. Ya había estado
enamorada, pero jamás de esa manera. Desenfrenada, libre, y feliz.
Él le había enseñado a vivir, y le había devuelto las
pasiones que llevaba encadenadas a causa de las obligaciones. La llenó de
sueños, la hizo creer en ella misma, le dio fuerzas. Ese amor que la lleno de
pasiones, por el teatro que siempre amó, x la música, por él, pero más que
nada, por la vida.
Hoy ya no estaba. –No quiero estar con alguien que me tiene
de segundón- le había dicho. Y ella, sin poder hacerle creer que no había nadie
antes que él, lo dejó ir. – Te amo- Le susurró. Mas aquellas palabras se habían
perdido entre discusiones y peleas, mentiras, y cosas que fallaron.
Había estado mal, lo sabía, y lo había reconocido. Ya sin
fuerzas, había optado por aceptar todas las culpas, y no discutir. Aún así, no
había funcionado. Le contó su historia, en un intento desesperado por que la
entendiera, supiera al fin por qué aquel otro hombre era su mejor amigo y ella
no podía perderlo, e intentara no reprocharle tanto algo tan importante para
ella, pero no fue suficiente.
Él no podía entenderla, no porque no la quisiera, sino tal
vez, porque sus vidas eran demasiado diferentes para que el pudiera pensar como
ella. Y se había cansado de frustrarse por aquella relación que su novia
mantenía con otro hombre, aunque ella insistiera con que no pasaba nada, que no
lo amaba como a él.
Ella ya no podía más. Desde aquella terraza se veía la
ciudad, ella solo miraba el pavimento. - ¿Qué habrá después de la vida?- Pensó.
- Todos los adolescentes fantasean alguna vez con el suicidio, o no? Tal vez,
esto sea lo normal -.
No era la primera vez que se encontraba en esa situación. A
un paso del cemento frio e inmune, como él. Miró su celular otra vez. No la iba
a llamar, ya lo sabía. No pensaba en ella como ahora ella pensaba en él. No
sabía donde había quedado aquel hombre que le cantaba canciones dulces, que la
abrazaba al dormir cuando en las noches se escapaba del caserón que odiaba, el que
la miraba en clase y la hacía temblar, el que la despertaba con caricias y la
calmaba cuando tenía pesadillas, el que le regalaba flores sin motivo. -¿Habrá
existido alguna vez ese hombre? ¿o es que yo me lo inventé?-.
Las dudas eran lo suyo. Solía encerrarse a pensar cosas que
muchas veces, no tenían sentido al final, ni para ella. –Es todo un enredijo!-
Comentaba con desparpajo, cuando se encontraba a si misma casi divagando.
Sus pasiones habían muerto, o quizás el hecho de haberlo
perdido, la obligaba a volver a lo único que le daba seguridad. Vivir para las
obligaciones, o para lo que los demás esperaban de ella, era predecible y sin
riesgos. Las pasiones, debían encadenarse otra vez, era evidente –él liberó mis
pasiones, mis emociones- pensó – y luego me dejó, sin saber muy bien qué hacer
con ellas. Es mejor terminar con ellas, y no conmigo. Aunque después de
aprender a vivir como él, y con él, terminarlas será como un suicidio en
vida-.
Se corrió hacia atrás y levantó la vista. Aquella tarde no
salto al vacío, pero aun así, obligarse a seguir las pasiones que los demás,
frustrados, depositaron en ella, fue tan letal como si lo hubiera hecho.
Guidaí.