La fantasmagórica repulsión, el odio amor que se siente al estar frente a frente con uno,
hace revivir los mitos de una infancia hostil o suprema, pero siempre, nos pone cara a cara,
con los distintos seres que somos a la vez.
Lunátika Guidaí.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Bucólico.

Inhalación.
Percibió el aroma del deber. Casualmente, coincidía con el del deseo. La sonrisa burlona se volvió a dibujar en su rostro insano. Esta vez la misión sería cumplida; No sabía cómo estaba tan seguro, pero podría haberlo jurado.
La sangre que pintaría sobre el papel tapiz de las flores, acompañada por los pedazos de aquel cerebro ya obsoleto, el casquillo en el suelo, tal vez como a un metro de la pared. Casi podía verlo tendido en el piso. No podía evitar fantasear con la fatídica escena.
Exhalación.
-¿Dónde estás?- preguntó con su sonrisa bufonesca. –El silencio respondió. Miró a su alrededor: oscuridad.
Se enciende la luz. Otra vez él y su aroma en el diminuto cuarto de hotel. Otra vez el papel tapiz de las flores otra vez la ventana cerrada y el insecto muerto en el rincón.
Se escucha un ruido. Sofocante ruido del asesino encarnando a su víctima. Luego silencio. Como en un cuadro casi perfecto, con el detalle mínimo que le arruina, el casquillo quedó más cerca de la pared de las flores; ¿quién lo hubiera predicho?
Guidaí.
Gracias JC.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Único.

No se trata de jurarte amor eterno. Soy un ser finito, y en mi finitud, no podría jurarte eternidad sin faltar a mi palabra.
No se trata de que mi vida haya encontrado sentido en ti. Mi vida tuvo y tendrá muchos sentidos, y todos ellos quisiera compartirlos contigo.
                Que no soy perfecta, eso es claro. Tampoco intento serlo.
No se trata de darte lo mejor del mundo. Esa tarea es demasiado grande para mí. Acabaría sin fuerzas y frustrada por no obtener frutos pese a mí empeño. Solo puedo prometer lo mejor de mí.
No se trata de que me completes. No soy una media naranja. Ni tú eres “la otra mitad”. No voy a comprometerme a ser lo que te falta, ni podría condenarte a cargar con el peso de ser lo que yo no he sido, ni seré nunca.
No tengo más para dar que una palabra sincera, aunque duela. Una mirada tierna, cuando quieras verla. Un beso dulce, cuando lo busques.
No se trata de seguir recetas, y llegar a un resultado preestablecido, programado, modelo. Porque al fin y al cabo mientras otros buscan una persona modelo, yo encuentro en ti a alguien único.
Lunatika.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La enemiga.


El silencio de la noche se hacía patente en toda la dormida cuidad. Las luces de la casa estaban apagadas. Excepto las del pequeño, diminuto, casi sofocante, altillo.

 Hay muchas maneras de morir.
Si, claro. Casi tantas como muertos respirando.
Podes ahorcarte por accidente, con una bufanda de seda enredada en la rueda de un auto. Podes resbalar en la ducha. Podes caerte de una escalera e incluso antes de sentir el ensordecedor crujir de tus vertebras, reconocer el inminente destino.
Podes enamorarte.
¿Enamorarte? Creí que hablábamos de formas de morir.
¿Y no es eso? Morir. – La mirada cansada se perdió entre suspiros. La otra solo miró sus ojeras.-
¿Hace mucho que no dormís?
Hace bastante, si. Desde que empezamos a tener estas largas conversaciones. Es una pena que solo nos podamos encontrar de noche. En algún momento no voy a aguantar más. Voy a tener que quedarme durmiendo, y no voy a poder venir.
A mí me parece que lo que vos querés es dormirte de por vida, ¿o no?
¿Matarme? ¿Te parece? ¿Qué sentido le encontrás a eso? No. Lo mío es mucho más fácil. Vivir en la corriente.
 Ah, claro, me olvidaba. Vos sos una de esas.
¿De esas qué?
¿No fuiste vos la que dijo que hay muertos respirando? ¿Qué vida es la que llevas? ¿Vivir en la corriente? ¿De qué me estás hablando?  ¡Estas muerta! Asumilo.
¡No estoy muerta! –La voz se le cortaba cuando miraba a los ojos aquella imagen. Aterradora, seductora y terrible. Formidable imagen de un acertijo. Las ojeras pronunciadas, producto de las noches en vela que ya se habían vuelto una costumbre, sentada de frente, en el suelo, con las piernas cruzadas, la espalda recta, y la mirada más penetrante que jamás hubiera visto.-
¿No? ¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo vivo dentro de vos?

      No supo cómo responder. Lo pensó. El recuerdo, entonces, atravesó su mente como una flecha cortando el humo. Aquel bohemio ladrón, robó que no debía siquiera tocar. Pero aunque lo tuvo de frente, no tuvo valor para reclamar ni lo robado, ni aquello de  equivalente valor que portaba el viajero.

         Estas pensando en él, ¿verdad?! ¡Já! El se llevó tu amor, y desde entonces, alma en pena, ¿quién sos? Solo el lúgubre recuerdo de lo que pudiste ser. Cobarde.

            Ya no la podía escuchar más. Sus palabras burlonas, y aquella mirada eran demasiado. –No es verdad- pensaba. Pero si, lo era. Y ella lo sabía. Había sido cobarde y había perdido lo que un día le dio el vigor de un latido apresurado, de la piel erizada, del deseo que no se pone en palabras.

           Por primera vez en años, volvió a sentirse viva. El dolor y la frustración le recordaban que aún no había dejado de respirar. Aún estaba a tiempo de vivir. El golpe arrojó la sangre. Y el ruido del cristal rompiéndose, sonó a libertad.

            Helena, con las manos sangrantes, y los ojos ojerosos se levantó y miró su reflejo por un momento en el espejo que acababa de partir con los puños. Suspiró aliviada. –Ya puedo dormir. He matado a mi enemiga.-

Guidaí.

miércoles, 11 de julio de 2012

Hormigas.

Las luces estaban apagadas cuando llegué. Apenas una tenue luminosidad proveniente del aparato, con el volumen ensordecedor de siempre, brillaba al final del pacillo. –Hola- Dije, un poco mas por compromiso que por cortesía. Nadie respondió.
                Las almas en pena, apresadas en un cuerpo que se echaba a perder conforme pasaban los segundos escuchando la basura trasmitida por el canal de moda, parecían más lúgubres que de costumbre. –Lo sé. -Pensé- El ambiente de este lugar nunca ha sido de los más cálidos, pero por algún motivo, hoy parece más oscuro.
                Atravesé el vestíbulo y el living. Ya estaba en la cocina, enfrentado a la escalera que llevaba a mi cuarto, cuando la vi. Con la mirada perdida. Llevándose a la boca el humeante café. Una sonrisa sínica se dibujó en mis labios al tiempo que en mi mente resonaba –Ni siquiera la cafeína pura te despertaría, durmiente-.
                -No tienen una vida que conocer, no hacen más que seguir un camino de hormigas, ya marcado. Predispuesto. Desde lo que necesitan, hasta su refugio, sin salirse jamás, como el trayecto que recorre esa tasa en su mano. Desde la mesa a sus labios y de regreso, hasta vaciarse completamente.- Pensé.
                Saqué mi celular para intentar localizar una vez más sin éxito al único cuerpo con un alma viva, que compartía con pena la desdicha de vivir entre ellos. No estaba en su pieza. Volvería en la mañana, alcanzó a avisarme; no sin antes reclamar, –Demasiada poesía para hablar de un lugar así.- Suspiré. –Todo un día atrapado con ellos. Genial-.
                Cuando ella no estaba, mi mundo se limitaba un poco. No tenía a donde ir. Mis colegas no estaban en la ciudad, algo de un viaje por el receso de sus estudios, oí. Así que me refugié en mis libros, una vez más. Unas horas después, ya ni mis mejores libros, ni la música, ni el mate y el tabaco me alcanzaban para dejar de pensar que estaba encerrado en la diminuta habitación. Decidí salir. Quien sabe a dónde.
Sin más compañía que la de mis ideas, salí como disparado de aquel lugar, sin despedirme, ni mediar palabra con nadie, obviando todo acto de protocolo. Mi mente no se callaba. Confusa entre letras de canciones que nunca llegué a escribir, frases de quién sabe qué autor de todos los que ya leí, y seguramente, un par de cosas más enredadas por allí.
Me quedé parado mirando una pared. En ese momento sentí que ese pedazo de muro, sin dueño, era mi pedazo de mundo. Mi oportunidad de hablarle a los que no escuchan. De hablar más allá de lo que quieren escuchar, y de decir más de lo que quieren que diga.
Busqué en mi mochila. Cualquiera diría que lo que hice fue un acto de vandalismo. Yo digo que no hacerlo habría sido un acto peor. Tomé un aerosol rojo, que hacía bastante estaba ahí, como esperando su momento, y sin pensarlo escribí: NO QUIERO SER UNA HORMIGA.

Para quien no quiere
vivir como hormiga.

Guidaí.

viernes, 6 de julio de 2012

De amores, borrachos y poetas.


Reconociéndose, notó reconocerlo. La cara apretada contra la suya, los besos aguantados  como presos sin escapatoria. -¿Qué ha pasado?- Se preguntó sorprendida. –No soy más que esto, más que lo que ya conoce; Soy las pocas cosas buenas que vivió y los muchos defectos que resistió, y sin embargo...-
                Había que reconocer que el tiempo parecía no haber pasado. Aquellos besos, aquel perfume, incluso el deseo era el mismo. Él estaba ahí, en el mismo lugar de siempre. Donde pese a todo, había permanecido; enfrentando miedos, llantos, dolores, y hasta fuego cruzado.
                Un viejo borracho y cantor había dicho de si mismo cursi, al pronunciarse sobre unos labios con sabor a sueños. Pero esa cursilería era propia de los poetas como ese viejo, borracho, vomitando versos que escapan a la comprensión de los muertos que aún viven.

A ella, simplemente le gustaba besarlo, y sentir como por un instante escapaban del voraz apetito de Cronos, quién, pese a sus intentos, no lograba tocarlos. Se volvían inalcanzables. Como si fueran incorpóreos, casi como cuerpos muertos, como vida de alma pura. Por un momento, cuando sus labios encontraban regocijo en los de él, el tiempo perdía su fuerza.
                -No tengo nada que pueda darte- Le dijo con los ojos tristes. –No soy lo que esperas, ni quiero serlo, solo soy yo, y ya sabes lo que eso significa.- Él no parecía escuchar. Aún la besaba. -¡Basta!- Dijo empujándolo para que se detuviera. Las miradas se encontraron.
                -No sé qué es lo que crees que espero de ti, pero sea lo que sea, no es eso lo que yo quiero. Lo que yo quiero, es que seas diferente, que me des problemas, que me hagas reír, que seas niña encarnada en mujer, que me llenes de deseo unas veces, y otras solo me hinches de ternura. Que me beses y sientas que el tiempo se ha detenido, y que el padre del rey del Olimpo, no puede ponernos sus garras encima. Quiero contradecir al tiempo en tu boca, quiero que seas lo que eres, y me dejes ser lo que soy.-  Ella enmudeció por completo. Él volvió a acercarse. Una vez más cruzaron fuego, miradas, palabras que nunca se dijeron, pues no hicieron falta.

Para él, por seguir siendo
la luz de mi vida.

Guidaí.

jueves, 5 de julio de 2012

El maestro.


La imagen se dibujaba casi perfecta. El pequeño estudio, atopetado de libros, las paredes de llamativos colores, las fotos, las personas, todo se figuraba entre contrastes de sol y sombra. No tenía muchas ganas de seguir con la conversación, así que, a riesgo de parecer descortés, pensó en excusarse sin mucho esmero y retirarse. Los problemas en su mente resultaban más urgentes que aquella charla de café, pues las obligaciones que los había reunido allí, ya habían sido saldadas.
            Juntó sus cosas y dejó sus pensamientos de lado mientras inventaba una buena disculpa. Para no interrumpir, decidió esperar a que él terminara la idea que intentaba esbozar. Se preguntó por qué sus padres la habían hecho adquirir tantos modales, pero pese a que a veces resintiera de ellos, lo cierto es que los tenía demasiado adquiridos como para levantarse e irse sin una despedida correcta.
            Lo miró para asentir por última vez y poder finalmente irse. Aquel hombre tenía unas manos tiernas, como manos de padre y un brillo extraño en sus ojos, bello, hermoso de hecho, pero extraño. Como el brillo de los ojos de un niño cuando descubre las simples maravillas de la causalidad en el mundo. Había algo cálido en él. Como si fuera un ideal encarnado. No. Más bien como un hombre que había aprendido del universo un par de secretos, pero no por conocerlos dejaba de fascinarse con ellos.
            Los pensamientos en los que estaba inmersa se detuvieron al escuchar una voz que venía desde abajo. Una voz melodiosa que pintaba con los mejores colores de la paleta, la obligó a preguntar. -Es mi hija- Respondió el hombre con la sonrisa característica en su cara. -Tiene talento- Se remitió a contestar.
            -Es raro que alimente un estudio con tan poca utilidad- Aventuró a decir. Segundos luego de pronunciarse, ya se arrepentía de haber dicho algo así. Pero pese a sus expectativas, a él no pareció causarle más que gracia. Sonrió nuevamente, esta vez casi riendo.
            -¿Por qué no alimentar en ella algo que le hace tanto bien?-. Por supuesto que la respuesta retorica tenía un sentido. Y ella estaba de acuerdo con que la utilidad no podía subordinar la felicidad. El problema estaba en encontrar una manera de ganarse la vida, porque no muchas cantantes logran triunfar, en especial en un país donde el porcentaje  promedio de obras de ópera que llegaban al teatro anualmente, era 0%. Pese a que la mente le generaba, una tras otra, mil respuestas para la retórica empleada por su amigo, prefirió guardar silencio.
            -Te hago otra pregunta, mejor. Supongamos que ella es tu hija: ¿Tendrías corazón para decirle que debe reprimir todo lo que siente cuando canta, solo porque alguien no podrá pagarle por que lo haga? ¡Ni ella misma sería capaz de ponerle un precio! ¿Cómo se le pone un precio al amor o la pasión?- El hombre, ahora de pié, parecía emocionarse más con cada palabra. -Las cosas como el arte, o lo que hacemos por vocación ¿tienen en verdad un precio? ¿Y qué tal la felicidad que se siente cuando se hacen las cosas porque uno lo desea? ¿Con qué dinero del mundo se pagaría algo así?-
            Nuevamente guardó silencio, pero no para escuchar sus pensamientos, pues su mente estaba en absoluto silencio. En aquel momento, no podría admirar más a aquel hombre, pero más que nada, no podría mostrar más respeto por aquellas palabras. -¡¿Cómo se responde a eso?!- se preguntó. -De ningún modo, -pensó- sólo se guarda silencio.-
            Ya no le importaba la hora, y sus ganas de irse se habían disipado. Tomó otra galletita del pocillo. Soltó sus cosas y se quitó la bufanda. La imagen del hombre y el estudio se empezaban a perder en las sombras de una tarde que moría lentamente. La conversación se volvía más interesante; de ser algo de lo que pretendía escapar, escuchar a aquel hombre se había tornado un placer. Ya no era solo una charla. Él, se había vuelto un maestro a los ojos de una aprendiz. Un lejano amor por el simple hecho de obrar con ganas la inundaba, él había logrado un cambio en ella, solo con hablar con la sinceridad del buen profesor. Un ser profundo había nacido.


Lunatika.

miércoles, 4 de julio de 2012

Extraños.


La nuca inmóvil parecía preguntar -¿Qué miras?-. La clase transcurría y ella sonreía, prestando algo de atención a la profesora. Él no la miraba. A ella no le importaba, le bastaba con mirarlo aunque supiera que jamás sería la protagonista, ni siquiera una extra en alguno de sus sueños.
Del otro lado del salón, su inmovilidad daba la sensación de muerte, así se sentía. Ya no sabía ni de que le hablaban. Todos aquellos cuerpos que se movían como masa gris a su lado lo hacían sentir más solo que nunca.
Cerró los ojos. Aquella imagen lo atravesó como flecha. Era una imagen recurrente, no sabía si la habría soñado o si simplemente, su creativa mente la habría inventado. Aquella figura femenina, de ojos como el fuego le sonreía y lo hacía sentir a gusto.
Le interrumpió el pensamiento de golpe aquella voz -¿vamos?- preguntó tirándole de un brazo. No esperó la respuesta y volvió a jalar. –Si, vamos- Respondió atónito. El frío le pegaba en los huesos. Sacó su chaqueta, con intención de usarla, pero en menos de un segundo, estaba cubriendo a alguien más. No hizo falta una palabra, solo una sonrisa. Él no reclamó nada.
Volver al salón, parecía traerlo nuevamente a sus pensamientos, a su inmovilidad, y desde atrás, le regalaba su típica imagen a quien le miraba. Ella, volvió a acomodarse el pelo, intentó seguir a la profesora, pero ya se había vuelto inútil. Las ideas inertes, no servían de nada, y aquella excusa de docente, no sabría darles vida a las que recitaba constantemente, ni aunque la suya propia dependiera de ello.
Adelante, una idea lo sacó abruptamente de su sueño. –Yo conozco esa sonrisa- Y de pronto, algo en él tomó sentido. En su nariz la había tenido, pero no lo había notado. La dueña de aquellos ojos incendiarios era la misma.
No supo como disimular cuando él se volvió y notó que lo miraba. Sus ojos se volvieron tímidos. Él, ya no estaba inmóvil. Ella ya no veía su nuca. Se mordió el labio. El reconoció el gesto, ya lo había visto varias veces. Cruzaron sonrisas, por primera vez reconociéndose. Ya no eran extraños.
Las calles frías los esperaban, como siempre. Esta vez, la charla no era entre dos extraños. El, había encontrado su sueño, ella, ahora, podía saberse protagonista de algunos.
Guidaí.

martes, 26 de junio de 2012

El otoño de aquella calle.


“-Le temps mange la vie-“ había dicho aquél francés hacía ya mucho. Las palabras hacían eco. Mientras tanto, su mente viajaba al Olimpo, a aquella lucha incesante por la soberanía de la tierra de los dioses, a aquel Cronos, que devoraba a sus hijos, puesto que sabía que su vida dependía solo de las manos de estos. -Irónico– pensó -el tiempo devorando a sus hijos. La misma idea repetida, centenas de años después-.
Ahora estaba sentada en el escalón, con sus pies en la vereda, el libro de las flores en el regazo, y la mirada puesta sobre las hojas que caían pesadas y marchitas sobre el pavimento. El aroma, ya no era aquel aroma. La calle, ya no era aquella calle.
Antes, de manos entrelazadas, la había recorrido cientos de veces. Ojos cerrados, percibiendo solo el calor de quien la acompañaba, y aquel infinito olor.
Cerró los ojos. El sabor de aquellos labios casi se sentía de nuevo en los suyos. Y con el sabor, volvían los aromas, las flores, la calle. -¿La calle?- Se detuvo de pronto. -¡Nuestra calle! ¡Nuestra calle de las flores!-
Habían sabido ser otoño y primavera fundidos en un momento, como en una pintura plagada de colores y aromas. Pero ahora el ya no estaba, y tras él, se había marchado la primavera, solo quedaban las tristes hojas que caían sin vida sobre el pavimento.
El sonido la sobresaltó. Se sentó de golpe y miró a su alrededor. El calor la contenía. Apagó el despertador. Volvió a la cama y lo abrazó. –Fue solo un sueño- Suspiró aliviada. –La calle sigue siendo la calle de las flores-.
Guidaí.

Papeles.


-Dije que no.- Las palabras retumbaron por la habitación cortando el silencio, la cara de sus padres, su hermano, la empleada, y todos los presentes se tornó una mueca de horror. –Pero como..?- No, no iba a pasar, estaba decidida a pelear por ello. Nadie la iba a obligar. Ni siquiera él.
 La tarde pasó lenta para él, esperando que sus padres volvieran de aquel almuerzo que habían estado esperando desde hacía ya meses.  Los vio doblar en la esquina, luego estacionar al frente. Los escalones de madera del porche donde estaba sentado, crujieron al tiempo que los sentimientos se le mezclaban en el estómago. Y la sonrisa que se le había dibujado, se borró instantáneamente al ver las caras que traían aquellos.
-Nunca más la vas a volver a ver. Esa niña no es para vos, ni para esta familia, te lo aseguro. – Dijo su padre con gesto severo –No me sorprende que la  eligieras vos, es una decepción, un error mal educado, igual que vos.- Siempre era lo mismo, cada vez que su padre abría la boca, soltaba palabras similares. Ya casi no podía recordar la última vez que le había oído decir “te quiero”.
Por eso la había elegido, es verdad, no era una dama de sociedad, sus modales no eran los más refinados, no era la mujer que sus padres querrían de nuera. Seguramente no fuera la que entraría con el largo vestido blanco y las flores a la iglesia para darle el sí. Pero eso era exactamente lo que le fascinaba de ella. Era simple, muchas veces intimidante, graciosa, y tenía un inmenso amor por la humanidad, algo que él, entre sus muchas propiedades, nunca había sentido, hasta encontrarla.
Levantó la mirada, allí estaba su madre, decepcionada, si, pero no con el mismo enfado que su padre. –¿Qué fue lo que pasó?- Preguntó. –Tu padre le dijo a los suyos que si ella deseaba estar contigo, debería casarse, y ella lo rechazó sin dudarlo. Es obvio que no pensaba estar contigo toda la vida, lo mejor es que la olvides.-
¿Cómo podía ser lo mejor olvidar a la única persona que lo había hecho sentir vivo? Tal vez si la veía una última vez pudiera entenderla. Esa noche, se cercioró de que todos estuvieran dormidos. Tomó las llaves del auto. Saltó por su ventana y partió. Su casa no era en nada similar a la de ella. Ésta era humilde y simple. Aquella familia no era pobre, pero como era de esperarse, tampoco poseía el capital que tenía la suya.
Con un golpe de una piedra en el vidrio de su cuarto, la despertó y atrajo su atención a la ventana. En estos últimos meses, se había vuelto un experto en ese arte, para llevarla por las noches hasta algún punto apartado de la ciudad y tenerse solos, el uno para el otro. La vio desde detrás del vidrio. Se asomó y al verlo, la sonrisa más amplia se dibujó en su rostro.
Se escabullo, desde la ventana, por el techo hasta el árbol y bajó. –Creí que después de lo que tuve que vivir con tus padres, no volvería a verte.- Dijo mientras le tomaba las manos. –¿Por qué no quieres casarte? Nos amamos! Con una simple ceremonia seríamos libres de todos ellos! Ella sonrió, sabía que quizás el no entendería, pero aún así lo intentó. Tomo aire y dijo – Me ofende que crean, que necesitamos de un papel firmado para jurarnos amor. Yo no lo necesito, sé que me amas! –
Era obvio. Ella no era como los demás. ¿Por qué motivo idiota iba a querer lo que todas las demás quieren? ¿No era eso lo que lo había enamorado desde un principio? Le sonrió. –Huye conmigo entonces. De otro modo nunca vamos a estar juntos y en paz.-
Ella no dijo nada, dio la vuelta y subió a su cuarto. -Tal vez era demasiado pronto, o quizás estará mejor sin mí- pensó. Segundos más tarde volvió a bajar con un pequeño bolso.  -Sé que no es mucho- dijo mientras dejaba caer el bolso con algo de dinero en el –pero es lo que tengo.-
No faltó que se dijeran nada más. Ambos sonrieron, se subieron al auto y partieron hacia algún lugar, para amarse, sin un papel que lo demuestre. ¿Qué mas prueba de amor que dejar todo atrás por el otro? ¿Qué mas joya que la sonrisa que dibujaban en el otro? Para amarse, solo necesitaban al otro.


Guidaí

lunes, 25 de junio de 2012

Suicidio.


Se refugió en un rincón de aquel caserón inmenso. Sabía que allí pronto sería encontrada por alguna de las personas que vivían con ella, que incluso ahora, después de haber vivido casi un año con ellas, le resultaban extrañas.
Escuchaba desde abajo, el bullicio de 40 mujeres, seguramente hablando de temas poco profundos, todas a la vez, y la música que consideraba atrofiante para el cerebro, que retumbaba en las paredes de toda la residencia.
Le había reprochado mil veces a su madre, que no quería vivir allí, pero aun así, había acabado encerrada en aquella casa. Por lo menos, a su juzgar, las ventanas del piso superior, y aquella hermosa terraza donde brillaba el sol y se tenían hermosas vistas de la ciudad, eran los rayos de luz en la asfixiante oscuridad.
Siempre había sentido como que alguien o algo hubiera muerto allí adentro. Hoy lo sabía. Eran sus pasiones. Las últimas palabras que había dicho, o quizá gritado, seguían girando en su cabeza. Las agresiones que le había dicho a su mejor amigo, sin motivo. Y aquel “Chau” que seguía haciendo eco.
Era él. Ese que la había liberado, que le había enseñado a vivir, aquel a quien había amado en tan poco tiempo. Quien la había hecho olvidar de las agobiantes pretensiones de su madre. Aquel que la sociedad tildaba de hippie. Que no le importaba como llevaba su ropa y que prefería un bar con amigos a una cena de sociedad.
No era el tipo de hombre que su madre hubiera elegido para la nena. Pero él, con su matera al hombro, los rulos despeinados, el morral, clásico, y las bandas de metal que le gustaba oír, la fascinaban. Ella jamás se había sentido así. Ya había estado enamorada, pero jamás de esa manera. Desenfrenada, libre, y feliz.
Él le había enseñado a vivir, y le había devuelto las pasiones que llevaba encadenadas a causa de las obligaciones. La llenó de sueños, la hizo creer en ella misma, le dio fuerzas. Ese amor que la lleno de pasiones, por el teatro que siempre amó, x la música, por él, pero más que nada, por la vida.
Hoy ya no estaba. –No quiero estar con alguien que me tiene de segundón- le había dicho. Y ella, sin poder hacerle creer que no había nadie antes que él, lo dejó ir. – Te amo- Le susurró. Mas aquellas palabras se habían perdido entre discusiones y peleas, mentiras, y cosas que fallaron.
Había estado mal, lo sabía, y lo había reconocido. Ya sin fuerzas, había optado por aceptar todas las culpas, y no discutir. Aún así, no había funcionado. Le contó su historia, en un intento desesperado por que la entendiera, supiera al fin por qué aquel otro hombre era su mejor amigo y ella no podía perderlo, e intentara no reprocharle tanto algo tan importante para ella, pero no fue suficiente.
Él no podía entenderla, no porque no la quisiera, sino tal vez, porque sus vidas eran demasiado diferentes para que el pudiera pensar como ella. Y se había cansado de frustrarse por aquella relación que su novia mantenía con otro hombre, aunque ella insistiera con que no pasaba nada, que no lo amaba como a él.
Ella ya no podía más. Desde aquella terraza se veía la ciudad, ella solo miraba el pavimento. - ¿Qué habrá después de la vida?- Pensó. - Todos los adolescentes fantasean alguna vez con el suicidio, o no? Tal vez, esto sea lo normal -.
No era la primera vez que se encontraba en esa situación. A un paso del cemento frio e inmune, como él. Miró su celular otra vez. No la iba a llamar, ya lo sabía. No pensaba en ella como ahora ella pensaba en él. No sabía donde había quedado aquel hombre que le cantaba canciones dulces, que la abrazaba al dormir cuando en las noches se escapaba del caserón que odiaba, el que la miraba en clase y la hacía temblar, el que la despertaba con caricias y la calmaba cuando tenía pesadillas, el que le regalaba flores sin motivo. -¿Habrá existido alguna vez ese hombre? ¿o es que yo me lo inventé?-.
Las dudas eran lo suyo. Solía encerrarse a pensar cosas que muchas veces, no tenían sentido al final, ni para ella. –Es todo un enredijo!- Comentaba con desparpajo, cuando se encontraba a si misma casi divagando.
Sus pasiones habían muerto, o quizás el hecho de haberlo perdido, la obligaba a volver a lo único que le daba seguridad. Vivir para las obligaciones, o para lo que los demás esperaban de ella, era predecible y sin riesgos. Las pasiones, debían encadenarse otra vez, era evidente –él liberó mis pasiones, mis emociones- pensó – y luego me dejó, sin saber muy bien qué hacer con ellas. Es mejor terminar con ellas, y no conmigo. Aunque después de aprender a vivir como él, y con él, terminarlas será como un suicidio en vida-. 
Se corrió hacia atrás y levantó la vista. Aquella tarde no salto al vacío, pero aun así, obligarse a seguir las pasiones que los demás, frustrados, depositaron en ella, fue tan letal como si lo hubiera hecho.

Guidaí.