Las luces estaban apagadas cuando
llegué. Apenas una tenue luminosidad proveniente del aparato, con el volumen
ensordecedor de siempre, brillaba al final del pacillo. –Hola- Dije, un poco
mas por compromiso que por cortesía. Nadie respondió.
Las
almas en pena, apresadas en un cuerpo que se echaba a perder conforme pasaban
los segundos escuchando la basura trasmitida por el canal de moda, parecían más
lúgubres que de costumbre. –Lo sé. -Pensé- El ambiente de este lugar nunca ha
sido de los más cálidos, pero por algún motivo, hoy parece más oscuro.
Atravesé
el vestíbulo y el living. Ya estaba en la cocina, enfrentado a la escalera que
llevaba a mi cuarto, cuando la vi. Con la mirada perdida. Llevándose a la boca
el humeante café. Una sonrisa sínica se dibujó en mis labios al tiempo que en
mi mente resonaba –Ni siquiera la cafeína pura te despertaría, durmiente-.
-No
tienen una vida que conocer, no hacen más que seguir un camino de hormigas, ya
marcado. Predispuesto. Desde lo que necesitan, hasta su refugio, sin salirse jamás,
como el trayecto que recorre esa tasa en su mano. Desde la mesa a sus labios y
de regreso, hasta vaciarse completamente.- Pensé.
Saqué
mi celular para intentar localizar una vez más sin éxito al único cuerpo con un
alma viva, que compartía con pena la desdicha de vivir entre ellos. No estaba
en su pieza. Volvería en la mañana, alcanzó a avisarme; no sin antes reclamar, –Demasiada
poesía para hablar de un lugar así.- Suspiré. –Todo un día atrapado con ellos.
Genial-.
Cuando
ella no estaba, mi mundo se limitaba un poco. No tenía a donde ir. Mis colegas
no estaban en la ciudad, algo de un viaje por el receso de sus estudios, oí.
Así que me refugié en mis libros, una vez más. Unas horas después, ya ni mis
mejores libros, ni la música, ni el mate y el tabaco me alcanzaban para dejar
de pensar que estaba encerrado en la diminuta habitación. Decidí salir. Quien
sabe a dónde.
Sin más compañía que la de mis
ideas, salí como disparado de aquel lugar, sin despedirme, ni mediar palabra
con nadie, obviando todo acto de protocolo. Mi mente no se callaba. Confusa
entre letras de canciones que nunca llegué a escribir, frases de quién sabe qué
autor de todos los que ya leí, y seguramente, un par de cosas más enredadas por
allí.
Me quedé parado mirando una
pared. En ese momento sentí que ese pedazo de muro, sin dueño, era mi pedazo de
mundo. Mi oportunidad de hablarle a los que no escuchan. De hablar más allá de
lo que quieren escuchar, y de decir más de lo que quieren que diga.
Busqué en mi mochila. Cualquiera
diría que lo que hice fue un acto de vandalismo. Yo digo que no hacerlo habría
sido un acto peor. Tomé un aerosol rojo, que hacía bastante estaba ahí, como
esperando su momento, y sin pensarlo escribí: NO QUIERO SER UNA HORMIGA.
vivir como hormiga.
Guidaí.