La fantasmagórica repulsión, el odio amor que se siente al estar frente a frente con uno,
hace revivir los mitos de una infancia hostil o suprema, pero siempre, nos pone cara a cara,
con los distintos seres que somos a la vez.
Lunátika Guidaí.

domingo, 20 de enero de 2013

Sophia.


El vestido blanco de Sophia comenzaba a mostrar las primeras manchas de barro. Su pálida cara casi se perdía en el color hueso del vestido. Allí estaba, con la mirada perdida en el profundo hueco bajo la torrencial lluvia que se había desatado hacía pocos minutos. A su lado, Elphias, inmovil y helado esperaba las primeras palabras de reconforte.
            Sus ojos estaban llenos de lágrimas que contenía a la fuerza, por eso que le había enseñado su padre, de que los hombres no lloran. Sophia no decía nada. Los adultos, parados a pocos metros de los niños, solo miraban a Elphias y cuchicheaban entre ellos. Muchos lloraban; Elphias casi no podía contenerse, cuando Sophia habló.
-        Amo sentir la lluvia sobre mi piel. Se siente casi como si el mismo cielo se desmoronara sobre mí, dejando nada excepto esa maravillosa y extasiante sensación. Cual si me rindiera de ojos cerrados, a la lluvia en mi cara, con mis pies en la tierra... Puedo sentir la conexión. Porque al fin y al cabo, somos eso, verdad? Una conexión continua, una entidad superior...
-        Sophia… –La voz entrecortada de Elphias dejaba entrever las lagrimas que se resistía a dejar salir.- ¿Hablas de Dios?
-        Quizas... O quizás de la trascendencia. Eso me intriga.
-        ¿Trascendencia? No lo entiendo...
-        Es muy simple, en verdad, Elph… Somos la tierra, el hombre, los pájaros, la lluvia...
-        Sigo sin entender.
-        Eres demasiado...  ¡Demasiado tú! -La mirada de Sophia se volvió violenta por un instante. Usualmente Elphias no podía ver lo que ella veía, pero eso no solía ser un problema. No obstante. Aquella tarde gris parecía haberle robado las ganas de hacerse entender.
-        Somos demasiado diferentes- Comentó Elphias distraidamente al ver que su amiga no volvía a hablar.
-        Ese es el problema de los humanos... ¡Se creen tan distintos! Jamás ven más allá de su superficie. No comprenden la unión divina que poseen con el universo.
-        “Los humanos” ¡bah! Hablas como si tú no fueras humana. ¿Y cuál es esa unión, Sophia? ¿La muerte?
-        Precisamente- sonrió como lo hacen los que saben más de lo que dicen, antes de continuar.
Elphias no la interrumpió. Se quedó mirándola, como hechizado por las palabras que salían de la boca de la pálida figura de su amiga.
-           Al morir, nuestro cuerpo entra en un ciclo mucho mayor que el de la vida humana. Todos integramos todo. ¿No lo ves? Hoy somos en forma humana; mañana, quién sabe. Alimento para los bichos de la tierra, como los gusanos, que a la vez serán alimento de los pájaros, quienes, en algún momento serán devorados por otros. O quizás seamos abono de la tierra, de donde nacerán árboles, que darán hermosos frutos. Tal vez Elph, algún día sea un hermoso manzano. ¡Eso me gustaría mucho! Y si eso ocurre, me gustaría que niños como tu se alimenten de mi, y así ser en ellos, como hoy tu eres en tu cuerpo. ¿Lo puedes ver ahora? –Sophia hablaba con emoción, como si nada pudiera convencerla de que lo que pensaba era una locura.
-          ¿Y Dios?

-          - ¿Dios? Tal vez él es quién se encarga de que el ciclo funcione...
-        - Tal vez ahora lo entienda. - Las imágenes de todo el círculo vital que recorrería él, luego de entrar en un hoyo como el que contemplaba ahora mismo, llegaron todas de golpe, pero ninguna de ellas pudo evitar una última pregunta: -Y el alma, Sophia?- cuestionó tímidamente, al tiempo que giraba la cabeza para ver que su amiga ya no estaba a su lado. -Supongo que no tienes una respuesta para eso, ¿eh Soph?-
Lanzó las flores que sujetaba en una mano al hueco. Ya no pudo contener el llanto, cuando su madre se acercó para preguntar -¿Con quién hablas, hijo?- y él no pudo responder. Echó una última mirada al hueco donde ahora habían bajado el cajón de madera, y susurró -Adiós, Sophia.- Luego echó a andar al lado de su madre.
Guidaí.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Bucólico.

Inhalación.
Percibió el aroma del deber. Casualmente, coincidía con el del deseo. La sonrisa burlona se volvió a dibujar en su rostro insano. Esta vez la misión sería cumplida; No sabía cómo estaba tan seguro, pero podría haberlo jurado.
La sangre que pintaría sobre el papel tapiz de las flores, acompañada por los pedazos de aquel cerebro ya obsoleto, el casquillo en el suelo, tal vez como a un metro de la pared. Casi podía verlo tendido en el piso. No podía evitar fantasear con la fatídica escena.
Exhalación.
-¿Dónde estás?- preguntó con su sonrisa bufonesca. –El silencio respondió. Miró a su alrededor: oscuridad.
Se enciende la luz. Otra vez él y su aroma en el diminuto cuarto de hotel. Otra vez el papel tapiz de las flores otra vez la ventana cerrada y el insecto muerto en el rincón.
Se escucha un ruido. Sofocante ruido del asesino encarnando a su víctima. Luego silencio. Como en un cuadro casi perfecto, con el detalle mínimo que le arruina, el casquillo quedó más cerca de la pared de las flores; ¿quién lo hubiera predicho?
Guidaí.
Gracias JC.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Único.

No se trata de jurarte amor eterno. Soy un ser finito, y en mi finitud, no podría jurarte eternidad sin faltar a mi palabra.
No se trata de que mi vida haya encontrado sentido en ti. Mi vida tuvo y tendrá muchos sentidos, y todos ellos quisiera compartirlos contigo.
                Que no soy perfecta, eso es claro. Tampoco intento serlo.
No se trata de darte lo mejor del mundo. Esa tarea es demasiado grande para mí. Acabaría sin fuerzas y frustrada por no obtener frutos pese a mí empeño. Solo puedo prometer lo mejor de mí.
No se trata de que me completes. No soy una media naranja. Ni tú eres “la otra mitad”. No voy a comprometerme a ser lo que te falta, ni podría condenarte a cargar con el peso de ser lo que yo no he sido, ni seré nunca.
No tengo más para dar que una palabra sincera, aunque duela. Una mirada tierna, cuando quieras verla. Un beso dulce, cuando lo busques.
No se trata de seguir recetas, y llegar a un resultado preestablecido, programado, modelo. Porque al fin y al cabo mientras otros buscan una persona modelo, yo encuentro en ti a alguien único.
Lunatika.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La enemiga.


El silencio de la noche se hacía patente en toda la dormida cuidad. Las luces de la casa estaban apagadas. Excepto las del pequeño, diminuto, casi sofocante, altillo.

 Hay muchas maneras de morir.
Si, claro. Casi tantas como muertos respirando.
Podes ahorcarte por accidente, con una bufanda de seda enredada en la rueda de un auto. Podes resbalar en la ducha. Podes caerte de una escalera e incluso antes de sentir el ensordecedor crujir de tus vertebras, reconocer el inminente destino.
Podes enamorarte.
¿Enamorarte? Creí que hablábamos de formas de morir.
¿Y no es eso? Morir. – La mirada cansada se perdió entre suspiros. La otra solo miró sus ojeras.-
¿Hace mucho que no dormís?
Hace bastante, si. Desde que empezamos a tener estas largas conversaciones. Es una pena que solo nos podamos encontrar de noche. En algún momento no voy a aguantar más. Voy a tener que quedarme durmiendo, y no voy a poder venir.
A mí me parece que lo que vos querés es dormirte de por vida, ¿o no?
¿Matarme? ¿Te parece? ¿Qué sentido le encontrás a eso? No. Lo mío es mucho más fácil. Vivir en la corriente.
 Ah, claro, me olvidaba. Vos sos una de esas.
¿De esas qué?
¿No fuiste vos la que dijo que hay muertos respirando? ¿Qué vida es la que llevas? ¿Vivir en la corriente? ¿De qué me estás hablando?  ¡Estas muerta! Asumilo.
¡No estoy muerta! –La voz se le cortaba cuando miraba a los ojos aquella imagen. Aterradora, seductora y terrible. Formidable imagen de un acertijo. Las ojeras pronunciadas, producto de las noches en vela que ya se habían vuelto una costumbre, sentada de frente, en el suelo, con las piernas cruzadas, la espalda recta, y la mirada más penetrante que jamás hubiera visto.-
¿No? ¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo vivo dentro de vos?

      No supo cómo responder. Lo pensó. El recuerdo, entonces, atravesó su mente como una flecha cortando el humo. Aquel bohemio ladrón, robó que no debía siquiera tocar. Pero aunque lo tuvo de frente, no tuvo valor para reclamar ni lo robado, ni aquello de  equivalente valor que portaba el viajero.

         Estas pensando en él, ¿verdad?! ¡Já! El se llevó tu amor, y desde entonces, alma en pena, ¿quién sos? Solo el lúgubre recuerdo de lo que pudiste ser. Cobarde.

            Ya no la podía escuchar más. Sus palabras burlonas, y aquella mirada eran demasiado. –No es verdad- pensaba. Pero si, lo era. Y ella lo sabía. Había sido cobarde y había perdido lo que un día le dio el vigor de un latido apresurado, de la piel erizada, del deseo que no se pone en palabras.

           Por primera vez en años, volvió a sentirse viva. El dolor y la frustración le recordaban que aún no había dejado de respirar. Aún estaba a tiempo de vivir. El golpe arrojó la sangre. Y el ruido del cristal rompiéndose, sonó a libertad.

            Helena, con las manos sangrantes, y los ojos ojerosos se levantó y miró su reflejo por un momento en el espejo que acababa de partir con los puños. Suspiró aliviada. –Ya puedo dormir. He matado a mi enemiga.-

Guidaí.

miércoles, 11 de julio de 2012

Hormigas.

Las luces estaban apagadas cuando llegué. Apenas una tenue luminosidad proveniente del aparato, con el volumen ensordecedor de siempre, brillaba al final del pacillo. –Hola- Dije, un poco mas por compromiso que por cortesía. Nadie respondió.
                Las almas en pena, apresadas en un cuerpo que se echaba a perder conforme pasaban los segundos escuchando la basura trasmitida por el canal de moda, parecían más lúgubres que de costumbre. –Lo sé. -Pensé- El ambiente de este lugar nunca ha sido de los más cálidos, pero por algún motivo, hoy parece más oscuro.
                Atravesé el vestíbulo y el living. Ya estaba en la cocina, enfrentado a la escalera que llevaba a mi cuarto, cuando la vi. Con la mirada perdida. Llevándose a la boca el humeante café. Una sonrisa sínica se dibujó en mis labios al tiempo que en mi mente resonaba –Ni siquiera la cafeína pura te despertaría, durmiente-.
                -No tienen una vida que conocer, no hacen más que seguir un camino de hormigas, ya marcado. Predispuesto. Desde lo que necesitan, hasta su refugio, sin salirse jamás, como el trayecto que recorre esa tasa en su mano. Desde la mesa a sus labios y de regreso, hasta vaciarse completamente.- Pensé.
                Saqué mi celular para intentar localizar una vez más sin éxito al único cuerpo con un alma viva, que compartía con pena la desdicha de vivir entre ellos. No estaba en su pieza. Volvería en la mañana, alcanzó a avisarme; no sin antes reclamar, –Demasiada poesía para hablar de un lugar así.- Suspiré. –Todo un día atrapado con ellos. Genial-.
                Cuando ella no estaba, mi mundo se limitaba un poco. No tenía a donde ir. Mis colegas no estaban en la ciudad, algo de un viaje por el receso de sus estudios, oí. Así que me refugié en mis libros, una vez más. Unas horas después, ya ni mis mejores libros, ni la música, ni el mate y el tabaco me alcanzaban para dejar de pensar que estaba encerrado en la diminuta habitación. Decidí salir. Quien sabe a dónde.
Sin más compañía que la de mis ideas, salí como disparado de aquel lugar, sin despedirme, ni mediar palabra con nadie, obviando todo acto de protocolo. Mi mente no se callaba. Confusa entre letras de canciones que nunca llegué a escribir, frases de quién sabe qué autor de todos los que ya leí, y seguramente, un par de cosas más enredadas por allí.
Me quedé parado mirando una pared. En ese momento sentí que ese pedazo de muro, sin dueño, era mi pedazo de mundo. Mi oportunidad de hablarle a los que no escuchan. De hablar más allá de lo que quieren escuchar, y de decir más de lo que quieren que diga.
Busqué en mi mochila. Cualquiera diría que lo que hice fue un acto de vandalismo. Yo digo que no hacerlo habría sido un acto peor. Tomé un aerosol rojo, que hacía bastante estaba ahí, como esperando su momento, y sin pensarlo escribí: NO QUIERO SER UNA HORMIGA.

Para quien no quiere
vivir como hormiga.

Guidaí.

viernes, 6 de julio de 2012

De amores, borrachos y poetas.


Reconociéndose, notó reconocerlo. La cara apretada contra la suya, los besos aguantados  como presos sin escapatoria. -¿Qué ha pasado?- Se preguntó sorprendida. –No soy más que esto, más que lo que ya conoce; Soy las pocas cosas buenas que vivió y los muchos defectos que resistió, y sin embargo...-
                Había que reconocer que el tiempo parecía no haber pasado. Aquellos besos, aquel perfume, incluso el deseo era el mismo. Él estaba ahí, en el mismo lugar de siempre. Donde pese a todo, había permanecido; enfrentando miedos, llantos, dolores, y hasta fuego cruzado.
                Un viejo borracho y cantor había dicho de si mismo cursi, al pronunciarse sobre unos labios con sabor a sueños. Pero esa cursilería era propia de los poetas como ese viejo, borracho, vomitando versos que escapan a la comprensión de los muertos que aún viven.

A ella, simplemente le gustaba besarlo, y sentir como por un instante escapaban del voraz apetito de Cronos, quién, pese a sus intentos, no lograba tocarlos. Se volvían inalcanzables. Como si fueran incorpóreos, casi como cuerpos muertos, como vida de alma pura. Por un momento, cuando sus labios encontraban regocijo en los de él, el tiempo perdía su fuerza.
                -No tengo nada que pueda darte- Le dijo con los ojos tristes. –No soy lo que esperas, ni quiero serlo, solo soy yo, y ya sabes lo que eso significa.- Él no parecía escuchar. Aún la besaba. -¡Basta!- Dijo empujándolo para que se detuviera. Las miradas se encontraron.
                -No sé qué es lo que crees que espero de ti, pero sea lo que sea, no es eso lo que yo quiero. Lo que yo quiero, es que seas diferente, que me des problemas, que me hagas reír, que seas niña encarnada en mujer, que me llenes de deseo unas veces, y otras solo me hinches de ternura. Que me beses y sientas que el tiempo se ha detenido, y que el padre del rey del Olimpo, no puede ponernos sus garras encima. Quiero contradecir al tiempo en tu boca, quiero que seas lo que eres, y me dejes ser lo que soy.-  Ella enmudeció por completo. Él volvió a acercarse. Una vez más cruzaron fuego, miradas, palabras que nunca se dijeron, pues no hicieron falta.

Para él, por seguir siendo
la luz de mi vida.

Guidaí.

jueves, 5 de julio de 2012

El maestro.


La imagen se dibujaba casi perfecta. El pequeño estudio, atopetado de libros, las paredes de llamativos colores, las fotos, las personas, todo se figuraba entre contrastes de sol y sombra. No tenía muchas ganas de seguir con la conversación, así que, a riesgo de parecer descortés, pensó en excusarse sin mucho esmero y retirarse. Los problemas en su mente resultaban más urgentes que aquella charla de café, pues las obligaciones que los había reunido allí, ya habían sido saldadas.
            Juntó sus cosas y dejó sus pensamientos de lado mientras inventaba una buena disculpa. Para no interrumpir, decidió esperar a que él terminara la idea que intentaba esbozar. Se preguntó por qué sus padres la habían hecho adquirir tantos modales, pero pese a que a veces resintiera de ellos, lo cierto es que los tenía demasiado adquiridos como para levantarse e irse sin una despedida correcta.
            Lo miró para asentir por última vez y poder finalmente irse. Aquel hombre tenía unas manos tiernas, como manos de padre y un brillo extraño en sus ojos, bello, hermoso de hecho, pero extraño. Como el brillo de los ojos de un niño cuando descubre las simples maravillas de la causalidad en el mundo. Había algo cálido en él. Como si fuera un ideal encarnado. No. Más bien como un hombre que había aprendido del universo un par de secretos, pero no por conocerlos dejaba de fascinarse con ellos.
            Los pensamientos en los que estaba inmersa se detuvieron al escuchar una voz que venía desde abajo. Una voz melodiosa que pintaba con los mejores colores de la paleta, la obligó a preguntar. -Es mi hija- Respondió el hombre con la sonrisa característica en su cara. -Tiene talento- Se remitió a contestar.
            -Es raro que alimente un estudio con tan poca utilidad- Aventuró a decir. Segundos luego de pronunciarse, ya se arrepentía de haber dicho algo así. Pero pese a sus expectativas, a él no pareció causarle más que gracia. Sonrió nuevamente, esta vez casi riendo.
            -¿Por qué no alimentar en ella algo que le hace tanto bien?-. Por supuesto que la respuesta retorica tenía un sentido. Y ella estaba de acuerdo con que la utilidad no podía subordinar la felicidad. El problema estaba en encontrar una manera de ganarse la vida, porque no muchas cantantes logran triunfar, en especial en un país donde el porcentaje  promedio de obras de ópera que llegaban al teatro anualmente, era 0%. Pese a que la mente le generaba, una tras otra, mil respuestas para la retórica empleada por su amigo, prefirió guardar silencio.
            -Te hago otra pregunta, mejor. Supongamos que ella es tu hija: ¿Tendrías corazón para decirle que debe reprimir todo lo que siente cuando canta, solo porque alguien no podrá pagarle por que lo haga? ¡Ni ella misma sería capaz de ponerle un precio! ¿Cómo se le pone un precio al amor o la pasión?- El hombre, ahora de pié, parecía emocionarse más con cada palabra. -Las cosas como el arte, o lo que hacemos por vocación ¿tienen en verdad un precio? ¿Y qué tal la felicidad que se siente cuando se hacen las cosas porque uno lo desea? ¿Con qué dinero del mundo se pagaría algo así?-
            Nuevamente guardó silencio, pero no para escuchar sus pensamientos, pues su mente estaba en absoluto silencio. En aquel momento, no podría admirar más a aquel hombre, pero más que nada, no podría mostrar más respeto por aquellas palabras. -¡¿Cómo se responde a eso?!- se preguntó. -De ningún modo, -pensó- sólo se guarda silencio.-
            Ya no le importaba la hora, y sus ganas de irse se habían disipado. Tomó otra galletita del pocillo. Soltó sus cosas y se quitó la bufanda. La imagen del hombre y el estudio se empezaban a perder en las sombras de una tarde que moría lentamente. La conversación se volvía más interesante; de ser algo de lo que pretendía escapar, escuchar a aquel hombre se había tornado un placer. Ya no era solo una charla. Él, se había vuelto un maestro a los ojos de una aprendiz. Un lejano amor por el simple hecho de obrar con ganas la inundaba, él había logrado un cambio en ella, solo con hablar con la sinceridad del buen profesor. Un ser profundo había nacido.


Lunatika.