La fantasmagórica repulsión, el odio amor que se siente al estar frente a frente con uno,
hace revivir los mitos de una infancia hostil o suprema, pero siempre, nos pone cara a cara,
con los distintos seres que somos a la vez.
Lunátika Guidaí.

lunes, 25 de junio de 2012

Suicidio.


Se refugió en un rincón de aquel caserón inmenso. Sabía que allí pronto sería encontrada por alguna de las personas que vivían con ella, que incluso ahora, después de haber vivido casi un año con ellas, le resultaban extrañas.
Escuchaba desde abajo, el bullicio de 40 mujeres, seguramente hablando de temas poco profundos, todas a la vez, y la música que consideraba atrofiante para el cerebro, que retumbaba en las paredes de toda la residencia.
Le había reprochado mil veces a su madre, que no quería vivir allí, pero aun así, había acabado encerrada en aquella casa. Por lo menos, a su juzgar, las ventanas del piso superior, y aquella hermosa terraza donde brillaba el sol y se tenían hermosas vistas de la ciudad, eran los rayos de luz en la asfixiante oscuridad.
Siempre había sentido como que alguien o algo hubiera muerto allí adentro. Hoy lo sabía. Eran sus pasiones. Las últimas palabras que había dicho, o quizá gritado, seguían girando en su cabeza. Las agresiones que le había dicho a su mejor amigo, sin motivo. Y aquel “Chau” que seguía haciendo eco.
Era él. Ese que la había liberado, que le había enseñado a vivir, aquel a quien había amado en tan poco tiempo. Quien la había hecho olvidar de las agobiantes pretensiones de su madre. Aquel que la sociedad tildaba de hippie. Que no le importaba como llevaba su ropa y que prefería un bar con amigos a una cena de sociedad.
No era el tipo de hombre que su madre hubiera elegido para la nena. Pero él, con su matera al hombro, los rulos despeinados, el morral, clásico, y las bandas de metal que le gustaba oír, la fascinaban. Ella jamás se había sentido así. Ya había estado enamorada, pero jamás de esa manera. Desenfrenada, libre, y feliz.
Él le había enseñado a vivir, y le había devuelto las pasiones que llevaba encadenadas a causa de las obligaciones. La llenó de sueños, la hizo creer en ella misma, le dio fuerzas. Ese amor que la lleno de pasiones, por el teatro que siempre amó, x la música, por él, pero más que nada, por la vida.
Hoy ya no estaba. –No quiero estar con alguien que me tiene de segundón- le había dicho. Y ella, sin poder hacerle creer que no había nadie antes que él, lo dejó ir. – Te amo- Le susurró. Mas aquellas palabras se habían perdido entre discusiones y peleas, mentiras, y cosas que fallaron.
Había estado mal, lo sabía, y lo había reconocido. Ya sin fuerzas, había optado por aceptar todas las culpas, y no discutir. Aún así, no había funcionado. Le contó su historia, en un intento desesperado por que la entendiera, supiera al fin por qué aquel otro hombre era su mejor amigo y ella no podía perderlo, e intentara no reprocharle tanto algo tan importante para ella, pero no fue suficiente.
Él no podía entenderla, no porque no la quisiera, sino tal vez, porque sus vidas eran demasiado diferentes para que el pudiera pensar como ella. Y se había cansado de frustrarse por aquella relación que su novia mantenía con otro hombre, aunque ella insistiera con que no pasaba nada, que no lo amaba como a él.
Ella ya no podía más. Desde aquella terraza se veía la ciudad, ella solo miraba el pavimento. - ¿Qué habrá después de la vida?- Pensó. - Todos los adolescentes fantasean alguna vez con el suicidio, o no? Tal vez, esto sea lo normal -.
No era la primera vez que se encontraba en esa situación. A un paso del cemento frio e inmune, como él. Miró su celular otra vez. No la iba a llamar, ya lo sabía. No pensaba en ella como ahora ella pensaba en él. No sabía donde había quedado aquel hombre que le cantaba canciones dulces, que la abrazaba al dormir cuando en las noches se escapaba del caserón que odiaba, el que la miraba en clase y la hacía temblar, el que la despertaba con caricias y la calmaba cuando tenía pesadillas, el que le regalaba flores sin motivo. -¿Habrá existido alguna vez ese hombre? ¿o es que yo me lo inventé?-.
Las dudas eran lo suyo. Solía encerrarse a pensar cosas que muchas veces, no tenían sentido al final, ni para ella. –Es todo un enredijo!- Comentaba con desparpajo, cuando se encontraba a si misma casi divagando.
Sus pasiones habían muerto, o quizás el hecho de haberlo perdido, la obligaba a volver a lo único que le daba seguridad. Vivir para las obligaciones, o para lo que los demás esperaban de ella, era predecible y sin riesgos. Las pasiones, debían encadenarse otra vez, era evidente –él liberó mis pasiones, mis emociones- pensó – y luego me dejó, sin saber muy bien qué hacer con ellas. Es mejor terminar con ellas, y no conmigo. Aunque después de aprender a vivir como él, y con él, terminarlas será como un suicidio en vida-. 
Se corrió hacia atrás y levantó la vista. Aquella tarde no salto al vacío, pero aun así, obligarse a seguir las pasiones que los demás, frustrados, depositaron en ella, fue tan letal como si lo hubiera hecho.

Guidaí.

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