La fantasmagórica repulsión, el odio amor que se siente al estar frente a frente con uno,
hace revivir los mitos de una infancia hostil o suprema, pero siempre, nos pone cara a cara,
con los distintos seres que somos a la vez.
Lunátika Guidaí.

martes, 26 de junio de 2012

El otoño de aquella calle.


“-Le temps mange la vie-“ había dicho aquél francés hacía ya mucho. Las palabras hacían eco. Mientras tanto, su mente viajaba al Olimpo, a aquella lucha incesante por la soberanía de la tierra de los dioses, a aquel Cronos, que devoraba a sus hijos, puesto que sabía que su vida dependía solo de las manos de estos. -Irónico– pensó -el tiempo devorando a sus hijos. La misma idea repetida, centenas de años después-.
Ahora estaba sentada en el escalón, con sus pies en la vereda, el libro de las flores en el regazo, y la mirada puesta sobre las hojas que caían pesadas y marchitas sobre el pavimento. El aroma, ya no era aquel aroma. La calle, ya no era aquella calle.
Antes, de manos entrelazadas, la había recorrido cientos de veces. Ojos cerrados, percibiendo solo el calor de quien la acompañaba, y aquel infinito olor.
Cerró los ojos. El sabor de aquellos labios casi se sentía de nuevo en los suyos. Y con el sabor, volvían los aromas, las flores, la calle. -¿La calle?- Se detuvo de pronto. -¡Nuestra calle! ¡Nuestra calle de las flores!-
Habían sabido ser otoño y primavera fundidos en un momento, como en una pintura plagada de colores y aromas. Pero ahora el ya no estaba, y tras él, se había marchado la primavera, solo quedaban las tristes hojas que caían sin vida sobre el pavimento.
El sonido la sobresaltó. Se sentó de golpe y miró a su alrededor. El calor la contenía. Apagó el despertador. Volvió a la cama y lo abrazó. –Fue solo un sueño- Suspiró aliviada. –La calle sigue siendo la calle de las flores-.
Guidaí.

Papeles.


-Dije que no.- Las palabras retumbaron por la habitación cortando el silencio, la cara de sus padres, su hermano, la empleada, y todos los presentes se tornó una mueca de horror. –Pero como..?- No, no iba a pasar, estaba decidida a pelear por ello. Nadie la iba a obligar. Ni siquiera él.
 La tarde pasó lenta para él, esperando que sus padres volvieran de aquel almuerzo que habían estado esperando desde hacía ya meses.  Los vio doblar en la esquina, luego estacionar al frente. Los escalones de madera del porche donde estaba sentado, crujieron al tiempo que los sentimientos se le mezclaban en el estómago. Y la sonrisa que se le había dibujado, se borró instantáneamente al ver las caras que traían aquellos.
-Nunca más la vas a volver a ver. Esa niña no es para vos, ni para esta familia, te lo aseguro. – Dijo su padre con gesto severo –No me sorprende que la  eligieras vos, es una decepción, un error mal educado, igual que vos.- Siempre era lo mismo, cada vez que su padre abría la boca, soltaba palabras similares. Ya casi no podía recordar la última vez que le había oído decir “te quiero”.
Por eso la había elegido, es verdad, no era una dama de sociedad, sus modales no eran los más refinados, no era la mujer que sus padres querrían de nuera. Seguramente no fuera la que entraría con el largo vestido blanco y las flores a la iglesia para darle el sí. Pero eso era exactamente lo que le fascinaba de ella. Era simple, muchas veces intimidante, graciosa, y tenía un inmenso amor por la humanidad, algo que él, entre sus muchas propiedades, nunca había sentido, hasta encontrarla.
Levantó la mirada, allí estaba su madre, decepcionada, si, pero no con el mismo enfado que su padre. –¿Qué fue lo que pasó?- Preguntó. –Tu padre le dijo a los suyos que si ella deseaba estar contigo, debería casarse, y ella lo rechazó sin dudarlo. Es obvio que no pensaba estar contigo toda la vida, lo mejor es que la olvides.-
¿Cómo podía ser lo mejor olvidar a la única persona que lo había hecho sentir vivo? Tal vez si la veía una última vez pudiera entenderla. Esa noche, se cercioró de que todos estuvieran dormidos. Tomó las llaves del auto. Saltó por su ventana y partió. Su casa no era en nada similar a la de ella. Ésta era humilde y simple. Aquella familia no era pobre, pero como era de esperarse, tampoco poseía el capital que tenía la suya.
Con un golpe de una piedra en el vidrio de su cuarto, la despertó y atrajo su atención a la ventana. En estos últimos meses, se había vuelto un experto en ese arte, para llevarla por las noches hasta algún punto apartado de la ciudad y tenerse solos, el uno para el otro. La vio desde detrás del vidrio. Se asomó y al verlo, la sonrisa más amplia se dibujó en su rostro.
Se escabullo, desde la ventana, por el techo hasta el árbol y bajó. –Creí que después de lo que tuve que vivir con tus padres, no volvería a verte.- Dijo mientras le tomaba las manos. –¿Por qué no quieres casarte? Nos amamos! Con una simple ceremonia seríamos libres de todos ellos! Ella sonrió, sabía que quizás el no entendería, pero aún así lo intentó. Tomo aire y dijo – Me ofende que crean, que necesitamos de un papel firmado para jurarnos amor. Yo no lo necesito, sé que me amas! –
Era obvio. Ella no era como los demás. ¿Por qué motivo idiota iba a querer lo que todas las demás quieren? ¿No era eso lo que lo había enamorado desde un principio? Le sonrió. –Huye conmigo entonces. De otro modo nunca vamos a estar juntos y en paz.-
Ella no dijo nada, dio la vuelta y subió a su cuarto. -Tal vez era demasiado pronto, o quizás estará mejor sin mí- pensó. Segundos más tarde volvió a bajar con un pequeño bolso.  -Sé que no es mucho- dijo mientras dejaba caer el bolso con algo de dinero en el –pero es lo que tengo.-
No faltó que se dijeran nada más. Ambos sonrieron, se subieron al auto y partieron hacia algún lugar, para amarse, sin un papel que lo demuestre. ¿Qué mas prueba de amor que dejar todo atrás por el otro? ¿Qué mas joya que la sonrisa que dibujaban en el otro? Para amarse, solo necesitaban al otro.


Guidaí

lunes, 25 de junio de 2012

Suicidio.


Se refugió en un rincón de aquel caserón inmenso. Sabía que allí pronto sería encontrada por alguna de las personas que vivían con ella, que incluso ahora, después de haber vivido casi un año con ellas, le resultaban extrañas.
Escuchaba desde abajo, el bullicio de 40 mujeres, seguramente hablando de temas poco profundos, todas a la vez, y la música que consideraba atrofiante para el cerebro, que retumbaba en las paredes de toda la residencia.
Le había reprochado mil veces a su madre, que no quería vivir allí, pero aun así, había acabado encerrada en aquella casa. Por lo menos, a su juzgar, las ventanas del piso superior, y aquella hermosa terraza donde brillaba el sol y se tenían hermosas vistas de la ciudad, eran los rayos de luz en la asfixiante oscuridad.
Siempre había sentido como que alguien o algo hubiera muerto allí adentro. Hoy lo sabía. Eran sus pasiones. Las últimas palabras que había dicho, o quizá gritado, seguían girando en su cabeza. Las agresiones que le había dicho a su mejor amigo, sin motivo. Y aquel “Chau” que seguía haciendo eco.
Era él. Ese que la había liberado, que le había enseñado a vivir, aquel a quien había amado en tan poco tiempo. Quien la había hecho olvidar de las agobiantes pretensiones de su madre. Aquel que la sociedad tildaba de hippie. Que no le importaba como llevaba su ropa y que prefería un bar con amigos a una cena de sociedad.
No era el tipo de hombre que su madre hubiera elegido para la nena. Pero él, con su matera al hombro, los rulos despeinados, el morral, clásico, y las bandas de metal que le gustaba oír, la fascinaban. Ella jamás se había sentido así. Ya había estado enamorada, pero jamás de esa manera. Desenfrenada, libre, y feliz.
Él le había enseñado a vivir, y le había devuelto las pasiones que llevaba encadenadas a causa de las obligaciones. La llenó de sueños, la hizo creer en ella misma, le dio fuerzas. Ese amor que la lleno de pasiones, por el teatro que siempre amó, x la música, por él, pero más que nada, por la vida.
Hoy ya no estaba. –No quiero estar con alguien que me tiene de segundón- le había dicho. Y ella, sin poder hacerle creer que no había nadie antes que él, lo dejó ir. – Te amo- Le susurró. Mas aquellas palabras se habían perdido entre discusiones y peleas, mentiras, y cosas que fallaron.
Había estado mal, lo sabía, y lo había reconocido. Ya sin fuerzas, había optado por aceptar todas las culpas, y no discutir. Aún así, no había funcionado. Le contó su historia, en un intento desesperado por que la entendiera, supiera al fin por qué aquel otro hombre era su mejor amigo y ella no podía perderlo, e intentara no reprocharle tanto algo tan importante para ella, pero no fue suficiente.
Él no podía entenderla, no porque no la quisiera, sino tal vez, porque sus vidas eran demasiado diferentes para que el pudiera pensar como ella. Y se había cansado de frustrarse por aquella relación que su novia mantenía con otro hombre, aunque ella insistiera con que no pasaba nada, que no lo amaba como a él.
Ella ya no podía más. Desde aquella terraza se veía la ciudad, ella solo miraba el pavimento. - ¿Qué habrá después de la vida?- Pensó. - Todos los adolescentes fantasean alguna vez con el suicidio, o no? Tal vez, esto sea lo normal -.
No era la primera vez que se encontraba en esa situación. A un paso del cemento frio e inmune, como él. Miró su celular otra vez. No la iba a llamar, ya lo sabía. No pensaba en ella como ahora ella pensaba en él. No sabía donde había quedado aquel hombre que le cantaba canciones dulces, que la abrazaba al dormir cuando en las noches se escapaba del caserón que odiaba, el que la miraba en clase y la hacía temblar, el que la despertaba con caricias y la calmaba cuando tenía pesadillas, el que le regalaba flores sin motivo. -¿Habrá existido alguna vez ese hombre? ¿o es que yo me lo inventé?-.
Las dudas eran lo suyo. Solía encerrarse a pensar cosas que muchas veces, no tenían sentido al final, ni para ella. –Es todo un enredijo!- Comentaba con desparpajo, cuando se encontraba a si misma casi divagando.
Sus pasiones habían muerto, o quizás el hecho de haberlo perdido, la obligaba a volver a lo único que le daba seguridad. Vivir para las obligaciones, o para lo que los demás esperaban de ella, era predecible y sin riesgos. Las pasiones, debían encadenarse otra vez, era evidente –él liberó mis pasiones, mis emociones- pensó – y luego me dejó, sin saber muy bien qué hacer con ellas. Es mejor terminar con ellas, y no conmigo. Aunque después de aprender a vivir como él, y con él, terminarlas será como un suicidio en vida-. 
Se corrió hacia atrás y levantó la vista. Aquella tarde no salto al vacío, pero aun así, obligarse a seguir las pasiones que los demás, frustrados, depositaron en ella, fue tan letal como si lo hubiera hecho.

Guidaí.