La fantasmagórica repulsión, el odio amor que se siente al estar frente a frente con uno,
hace revivir los mitos de una infancia hostil o suprema, pero siempre, nos pone cara a cara,
con los distintos seres que somos a la vez.
Lunátika Guidaí.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Único.

No se trata de jurarte amor eterno. Soy un ser finito, y en mi finitud, no podría jurarte eternidad sin faltar a mi palabra.
No se trata de que mi vida haya encontrado sentido en ti. Mi vida tuvo y tendrá muchos sentidos, y todos ellos quisiera compartirlos contigo.
                Que no soy perfecta, eso es claro. Tampoco intento serlo.
No se trata de darte lo mejor del mundo. Esa tarea es demasiado grande para mí. Acabaría sin fuerzas y frustrada por no obtener frutos pese a mí empeño. Solo puedo prometer lo mejor de mí.
No se trata de que me completes. No soy una media naranja. Ni tú eres “la otra mitad”. No voy a comprometerme a ser lo que te falta, ni podría condenarte a cargar con el peso de ser lo que yo no he sido, ni seré nunca.
No tengo más para dar que una palabra sincera, aunque duela. Una mirada tierna, cuando quieras verla. Un beso dulce, cuando lo busques.
No se trata de seguir recetas, y llegar a un resultado preestablecido, programado, modelo. Porque al fin y al cabo mientras otros buscan una persona modelo, yo encuentro en ti a alguien único.
Lunatika.

jueves, 13 de septiembre de 2012

La enemiga.


El silencio de la noche se hacía patente en toda la dormida cuidad. Las luces de la casa estaban apagadas. Excepto las del pequeño, diminuto, casi sofocante, altillo.

 Hay muchas maneras de morir.
Si, claro. Casi tantas como muertos respirando.
Podes ahorcarte por accidente, con una bufanda de seda enredada en la rueda de un auto. Podes resbalar en la ducha. Podes caerte de una escalera e incluso antes de sentir el ensordecedor crujir de tus vertebras, reconocer el inminente destino.
Podes enamorarte.
¿Enamorarte? Creí que hablábamos de formas de morir.
¿Y no es eso? Morir. – La mirada cansada se perdió entre suspiros. La otra solo miró sus ojeras.-
¿Hace mucho que no dormís?
Hace bastante, si. Desde que empezamos a tener estas largas conversaciones. Es una pena que solo nos podamos encontrar de noche. En algún momento no voy a aguantar más. Voy a tener que quedarme durmiendo, y no voy a poder venir.
A mí me parece que lo que vos querés es dormirte de por vida, ¿o no?
¿Matarme? ¿Te parece? ¿Qué sentido le encontrás a eso? No. Lo mío es mucho más fácil. Vivir en la corriente.
 Ah, claro, me olvidaba. Vos sos una de esas.
¿De esas qué?
¿No fuiste vos la que dijo que hay muertos respirando? ¿Qué vida es la que llevas? ¿Vivir en la corriente? ¿De qué me estás hablando?  ¡Estas muerta! Asumilo.
¡No estoy muerta! –La voz se le cortaba cuando miraba a los ojos aquella imagen. Aterradora, seductora y terrible. Formidable imagen de un acertijo. Las ojeras pronunciadas, producto de las noches en vela que ya se habían vuelto una costumbre, sentada de frente, en el suelo, con las piernas cruzadas, la espalda recta, y la mirada más penetrante que jamás hubiera visto.-
¿No? ¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo vivo dentro de vos?

      No supo cómo responder. Lo pensó. El recuerdo, entonces, atravesó su mente como una flecha cortando el humo. Aquel bohemio ladrón, robó que no debía siquiera tocar. Pero aunque lo tuvo de frente, no tuvo valor para reclamar ni lo robado, ni aquello de  equivalente valor que portaba el viajero.

         Estas pensando en él, ¿verdad?! ¡Já! El se llevó tu amor, y desde entonces, alma en pena, ¿quién sos? Solo el lúgubre recuerdo de lo que pudiste ser. Cobarde.

            Ya no la podía escuchar más. Sus palabras burlonas, y aquella mirada eran demasiado. –No es verdad- pensaba. Pero si, lo era. Y ella lo sabía. Había sido cobarde y había perdido lo que un día le dio el vigor de un latido apresurado, de la piel erizada, del deseo que no se pone en palabras.

           Por primera vez en años, volvió a sentirse viva. El dolor y la frustración le recordaban que aún no había dejado de respirar. Aún estaba a tiempo de vivir. El golpe arrojó la sangre. Y el ruido del cristal rompiéndose, sonó a libertad.

            Helena, con las manos sangrantes, y los ojos ojerosos se levantó y miró su reflejo por un momento en el espejo que acababa de partir con los puños. Suspiró aliviada. –Ya puedo dormir. He matado a mi enemiga.-

Guidaí.