El silencio de la noche se hacía
patente en toda la dormida cuidad. Las luces de la casa estaban apagadas.
Excepto las del pequeño, diminuto, casi sofocante, altillo.
Hay muchas
maneras de morir.
Si, claro.
Casi tantas como muertos respirando.
Podes
ahorcarte por accidente, con una bufanda de seda enredada en la rueda de un
auto. Podes resbalar en la ducha. Podes caerte de una escalera e incluso antes
de sentir el ensordecedor crujir de tus vertebras, reconocer el inminente
destino.
Podes
enamorarte.
¿Enamorarte?
Creí que hablábamos de formas de morir.
¿Y no es
eso? Morir. – La mirada cansada se perdió entre suspiros. La otra solo miró
sus ojeras.-
¿Hace
mucho que no dormís?
Hace
bastante, si. Desde que empezamos a tener estas largas conversaciones. Es una
pena que solo nos podamos encontrar de noche. En algún momento no voy a
aguantar más. Voy a tener que quedarme durmiendo, y no voy a poder venir.
A mí me
parece que lo que vos querés es dormirte de por vida, ¿o no?
¿Matarme?
¿Te parece? ¿Qué sentido le encontrás a eso? No. Lo mío es mucho más fácil.
Vivir en la corriente.
Ah, claro,
me olvidaba. Vos sos una de esas.
¿De esas
qué?
¿No fuiste
vos la que dijo que hay muertos respirando? ¿Qué vida es la que llevas? ¿Vivir
en la corriente? ¿De qué me estás hablando?
¡Estas muerta! Asumilo.
¡No estoy
muerta! –La voz se le cortaba cuando miraba a los ojos aquella imagen.
Aterradora, seductora y terrible. Formidable imagen de un acertijo. Las ojeras
pronunciadas, producto de las noches en vela que ya se habían vuelto una
costumbre, sentada de frente, en el suelo, con las piernas cruzadas, la espalda
recta, y la mirada más penetrante que jamás hubiera visto.-
¿No?
¿Cuándo fue la última vez que sentiste algo vivo dentro de vos?
No supo cómo responder. Lo pensó.
El recuerdo, entonces, atravesó su mente como una flecha cortando el humo.
Aquel bohemio ladrón, robó que no debía siquiera tocar. Pero aunque lo tuvo de
frente, no tuvo valor para reclamar ni lo robado, ni aquello de equivalente valor que portaba el viajero.
Estas
pensando en él, ¿verdad?! ¡Já! El se llevó tu amor, y desde entonces, alma en
pena, ¿quién sos? Solo el lúgubre recuerdo de lo que pudiste ser. Cobarde.
Ya no la podía escuchar más. Sus
palabras burlonas, y aquella mirada eran demasiado. –No es verdad- pensaba. Pero si, lo era. Y ella lo sabía. Había sido
cobarde y había perdido lo que un día le dio el vigor de un latido apresurado,
de la piel erizada, del deseo que no se pone en palabras.
Por primera vez en años, volvió a
sentirse viva. El dolor y la frustración le recordaban que aún no había dejado
de respirar. Aún estaba a tiempo de vivir. El golpe arrojó la sangre. Y el
ruido del cristal rompiéndose, sonó a libertad.
Helena, con las manos sangrantes,
y los ojos ojerosos se levantó y miró su reflejo por un momento en el espejo que acababa de partir con los puños. Suspiró aliviada. –Ya puedo dormir. He
matado a mi enemiga.-
Guidaí.