Reconociéndose, notó reconocerlo.
La cara apretada contra la suya, los besos aguantados como presos sin escapatoria. -¿Qué ha
pasado?- Se preguntó sorprendida. –No soy más que esto, más que lo que ya
conoce; Soy las pocas cosas buenas que vivió y los muchos defectos que
resistió, y sin embargo...-
Había
que reconocer que el tiempo parecía no haber pasado. Aquellos besos, aquel
perfume, incluso el deseo era el mismo. Él estaba ahí, en el mismo lugar de
siempre. Donde pese a todo, había permanecido; enfrentando miedos, llantos,
dolores, y hasta fuego cruzado.
Un
viejo borracho y cantor había dicho de si mismo cursi, al pronunciarse sobre
unos labios con sabor a sueños. Pero esa cursilería era propia de los poetas
como ese viejo, borracho, vomitando versos que escapan a la comprensión de los
muertos que aún viven.
A ella, simplemente le gustaba
besarlo, y sentir como por un instante escapaban del voraz apetito de Cronos,
quién, pese a sus intentos, no lograba tocarlos. Se volvían inalcanzables. Como
si fueran incorpóreos, casi como cuerpos muertos, como vida de alma pura. Por
un momento, cuando sus labios encontraban regocijo en los de él, el tiempo
perdía su fuerza.
-No
tengo nada que pueda darte- Le dijo con los ojos tristes. –No soy lo que
esperas, ni quiero serlo, solo soy yo, y ya sabes lo que eso significa.- Él no
parecía escuchar. Aún la besaba. -¡Basta!- Dijo empujándolo para que se
detuviera. Las miradas se encontraron.
-No sé
qué es lo que crees que espero de ti, pero sea lo que sea, no es eso lo que yo
quiero. Lo que yo quiero, es que seas diferente, que me des problemas, que me
hagas reír, que seas niña encarnada en mujer, que me llenes de deseo unas
veces, y otras solo me hinches de ternura. Que me beses y sientas que el tiempo
se ha detenido, y que el padre del rey del Olimpo, no puede ponernos sus garras
encima. Quiero contradecir al tiempo en tu boca, quiero que seas lo que eres, y
me dejes ser lo que soy.- Ella enmudeció
por completo. Él volvió a acercarse. Una vez más cruzaron fuego, miradas,
palabras que nunca se dijeron, pues no hicieron falta.
Para él, por seguir siendo
la luz de mi vida.
Para él, por seguir siendo
la luz de mi vida.
Guidaí.
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